Pacto con el Diablo y desarrollo profesional
La serie de fanzines Las huestes de Babalon, publicada por Tubito, examina distintos pasajes en la vida de un personaje ficticio, Nina Zimmerman (nombre artístico de Nina Bermúdez), una mujer española que alguna vez tuvo una banda de black metal llamada Piscis Venérea, la que luego abandonó. Dicha banda autopublicó sólo dos demos promocionales antes de disolverse, y luego Nina llevó adelante un proyecto solista de dark ambient con el nombre de Vexation, el cual también fracasó a los pocos años de arrancar.
Los recortes en la vida de Nina Zimmerman contenidos en cada fanzine son guionados por Virginia Di Paolo, una documentalista argentina que tiene un canal de YouTube y dirige su propia plataforma de streaming. El lector entonces tiene la impresión de estar leyendo la descripción de un producto audiovisual, una docuserie diseñada en capítulos que son liberados en la web periódicamente.
Aparte de esta característica formal, lo que me interesa esbozar en este breve artículo es el antagonismo entre el satanismo del que se sirve Zimmerman y el que conceptualiza Di Paolo. Para Zimmerman, en primer lugar, Satán es la luz de la razón, una fuerza progresista parecida a la figura de Prometeo, quien le entregó el fuego a la humanidad para que esta pudiera valerse por sí misma, sin tener que depender del ánimo de ningún dios impredecible. Dice Zimmerman en una entrevista incluida en el primer número de Las huestes de Babalon:
Satán es la luz, no la oscuridad. Nosotras no invocamos a las tinieblas, porque estas representan la ignorancia del hombre supersticioso. En vez de eso preferimos contar historias situadas en tiempos venideros, un futuro utópico en el que todos los agentes del conservadurismo religioso hayan sido barridos de la faz de la Tierra, y así allanar el camino para alcanzar una transformación de la conciencia que inevitablemente vendrá de la mano con el avance tecnológico.
Sin embargo, más allá de las buenas intenciones que puede haber declarado en aquella entrevista, Virginia le cuenta al público que a Nina se le perdió completamente la pista en 1999, y solo se volvió a saber de ella diez años después en circunstancias azarosas y ajenas a la música. En medio de la cobertura de una gigantesca huelga de un sindicato de Minera Centinela en el norte de Chile, un periodista de la productora que lleva adelante la docuserie se encontró por casualidad con Nina, quien estaba allí, en pleno desierto, trabajando para la empresa minera. Fue así como el periodista descubrió que Nina se había transformado en consultora especializada en negociaciones colectivas, una fachada que encubría un oficio muchísimo más oscuro: especialista en desactivación de huelgas. De este modo, en cada número de Las huestes de Babalon Virginia le entregará al público imaginario (imaginario para el lector) nuevos antecedentes sobre este fascinante personaje, que alguna vez se dedicó con pasión al black metal y luego, por razones que no voy revelar aquí, abandonó su banda para entregarse por completo al Diablo.
Aquí es donde surge la necesidad de entender que este Diablo no es un sujeto, no es una conciencia individual, sino otro nombre para lo que conocemos como capitalismo neoliberal extractivista, y así queda servida la pregunta que atraviesa el desarrollo de toda la serie, tanto del documental ficticio como del relato contenido en los fanzines: hasta qué punto trabajar para empresas multinacionales (las cuales ofrecen excelentes condiciones laborales, jugosísimas remuneraciones y desarrollo profesional) podría parecerse a pactar con el Diablo, a entregar el alma a cambio de una posición privilegiada en la sociedad.